El cortejo hospitalario colma de rigor su carrera nazarena por el corazón de Murcia. Esta cruz del Cristo de La Salud atesora cinco siglos de amargura, como la madera que le da forma desde entonces y que cada Martes Santo, en un espléndido cortejo de túnicas y cirios rojos, de blanco de luto hebreo y fervor, recorre el corazón de Murcia. Una hora después de que El Rescate desafiara el mal augurio de la lluvia, Nuestro Padre Jesús de Las Mercedes inauguraba la carrera de la Asociación del Santísimo Cristo de La Salud, institución a la que adornan los títulos de Pontificia, Real, Hospitalaria y Primitiva.
Unos minutos antes, rondando las ocho de la tarde, la recoleta plaza de San Juan de Dios está cuajada de fieles y cofrades que aguardan el rechinar remoto de la puerta de este templo que todo el año es un museo menos ayer, cuando el arte sale a la calle, desfila sobre tronos, se mece con las marchas de pasión entre el aroma a incienso. Unas cuantas gotas refrescan el ambiente nazareno. «¿Crees que nos lloverá?», pregunta un hospitalario. «Ya veremos, ya veremos», dice otro. Pero por Eulogio Soriano ya va andando el Nazareno.
La procesión comienza su andar sereno. Su destino son las plazas, de Belluga y Apóstoles, San Bartolomé, Esteve Mora, Santa Gertrudis y Romea, entre otras que componen el corazón cofrade del cortejo de La Salud. Es el momento de los recuerdos, del reencuentro en la carrera con la memoria y el sentimiento.
Cuatro pasos en el cortejo. De Nicolás Salzillo el primero, al que sigue un San Juan, de Roque López, y la Santísima Virgen del Primer Dolor, la de los Pasos de Santiago, de Nicolás Salzillo. Cierra la procesión el Cristo de La Salud, el que coronaba la escalera del remoto hospital, el que durante años supo del sufrimiento de los murcianos y de sus penas. Allí, al subir la escalera, acudían a implorarle, según cuenta la leyenda. Y acaso tantas plegarias permitieron que años después se recuperara la talla, para llenar de devoción el Martes Santo.
Cristo de espinas afiladas coronado. Cristo gótico a las puertas de la muerte, entreabierta la boca sedienta, entornados los párpados cuando clava en la multitud la mirada del que agoniza. ¿Quién fue el autor de esta talla, la más antigua que recorre las calles murcianas? Se desconoce. Porque la propia advocación ha superado a su autor. Innumerables milagros jalonan su dilatada historia y ahora, cada año, vuelve a producirse el prodigio de reunir a miles de murcianos a su paso.
La Salud busca las calles más recónditas de la ciudad, donde crece el rigor penitencial de su estación de penitencia, que culminará en la recogida del titular en su sede. Al concluir el desfile no se habrá entregado ni un caramelo, como manda la tradición. Pero queda en Murcia cierto sabor a sacrificio dulce.
Texto; Antonio Botías
Unos minutos antes, rondando las ocho de la tarde, la recoleta plaza de San Juan de Dios está cuajada de fieles y cofrades que aguardan el rechinar remoto de la puerta de este templo que todo el año es un museo menos ayer, cuando el arte sale a la calle, desfila sobre tronos, se mece con las marchas de pasión entre el aroma a incienso. Unas cuantas gotas refrescan el ambiente nazareno. «¿Crees que nos lloverá?», pregunta un hospitalario. «Ya veremos, ya veremos», dice otro. Pero por Eulogio Soriano ya va andando el Nazareno.
La procesión comienza su andar sereno. Su destino son las plazas, de Belluga y Apóstoles, San Bartolomé, Esteve Mora, Santa Gertrudis y Romea, entre otras que componen el corazón cofrade del cortejo de La Salud. Es el momento de los recuerdos, del reencuentro en la carrera con la memoria y el sentimiento.
Cuatro pasos en el cortejo. De Nicolás Salzillo el primero, al que sigue un San Juan, de Roque López, y la Santísima Virgen del Primer Dolor, la de los Pasos de Santiago, de Nicolás Salzillo. Cierra la procesión el Cristo de La Salud, el que coronaba la escalera del remoto hospital, el que durante años supo del sufrimiento de los murcianos y de sus penas. Allí, al subir la escalera, acudían a implorarle, según cuenta la leyenda. Y acaso tantas plegarias permitieron que años después se recuperara la talla, para llenar de devoción el Martes Santo.
Cristo de espinas afiladas coronado. Cristo gótico a las puertas de la muerte, entreabierta la boca sedienta, entornados los párpados cuando clava en la multitud la mirada del que agoniza. ¿Quién fue el autor de esta talla, la más antigua que recorre las calles murcianas? Se desconoce. Porque la propia advocación ha superado a su autor. Innumerables milagros jalonan su dilatada historia y ahora, cada año, vuelve a producirse el prodigio de reunir a miles de murcianos a su paso.
La Salud busca las calles más recónditas de la ciudad, donde crece el rigor penitencial de su estación de penitencia, que culminará en la recogida del titular en su sede. Al concluir el desfile no se habrá entregado ni un caramelo, como manda la tradición. Pero queda en Murcia cierto sabor a sacrificio dulce.
Texto; Antonio Botías
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